1° acampada: mi estómago en el mar y el talco en mi piel
Todo
comenzó con un: “Necesitas despejar la mente vámonos” y
después de que me lo pidiera tantas veces dije que sí y cumplí.
Primero
debo decir que tenía una idea de acampar sumamente diferente a lo que fue, pero
no me quejo porque estuvo bastante bien, me gustó y la volvería a repetir.
Llegando ya el viernes no tenía nada arreglado, solo sabía los trajes de baños que iba a llevar, así que junto al bolso de una mi amiga, me fui guiando hasta llenar mi morral y mi bolsa de comida para el fin de semana.
Esa noche (del viernes) antes de irme a dormir, discutí con uno de mis grandes amigos por lo que ya sabía que el fin de semana me lo tenía que tomar con un buen vaso de soda, porque si no, no iba a resultar del todo bien, y es que al final de todo, estaba siempre a la expectativa.
Nos levantamos en la mañana e hice un montón de panquecas, porque quienes me conocen saben que yo como demasiado, a cada rato debo picar algo - y si es malo, lo sé-.
Mientras que mi amiga y yo comíamos, nos avisaron que el transporte no se había reportado, y un amigo nos comentó que esperemos para salir de mi casa al punto de encuentro, que es máximo 10 minutos.
Llegó la hora, ya con todos nuestros peroles encima y cuando llegamos al Metro de Caracas, el retraso se tornó más fastidioso de lo normal; pero estuvimos a tiempo.
Una vez en la estación destino, decidimos preguntar a unas personas agrupadas ¿si eran los del viaje? Afirmaron y una ex compañera del colegio me saludo, que lindo reencuentro, me atrevo a decir.
Está bien, sigamos, ya a punto de partir, 1 hora después de lo acordado, faltaba un miembro de mi grupo, que llegó solo con unas pocas cosas: su morral, su carpa y su agua (qué envidia😂).
En camino buscamos a otra compañera y listo, rumbo a Chuspa.
En nuestra primera parada decidimos qué carrizo de bebida íbamos a tomar y entre tanto elegimos la que personalmente más detesto (ja ja ja).
Cuando por fin llegamos al lugar, después del viaje y de un largo camarón que me eche, el grupo decidió irse a ver un festival de tambores y ya eran aproximadamente las 3:00 pm, por lo que mis 4 amigos y yo, emprendimos el camino hacia la playa y el río, pagamos la lancha y a Playa Caribe de una vez.
Primer “encontronazo”, el lanchero nos dice que son 25.000 bolívares (1.5 dólares en septiembre), lo cual nos pareció extraño, puesto que lo primero que nos había comentado el grupo con quienes íbamos, era que el costo de ese traslado era de 15.000 bolívares, en fin, hablando con el joven, llegamos al acuerdo de pagar 20.000 bolívares.
Quien me conoce sabe que amo demasiado los viajes en lancha, me encanta la brisa, el olor a mar y ver el paisaje de una manera, extrañamente, detenida y rápida.
Llegamos y sí, ya era hora. Nos pusimos a buscar el lugar pertinente para armar las carpas, y no, no era en la orilla del mar sino en una especie de subida un poco acogedora a lo que denominamos “nuestra sala”, pero al llegar el resto del equipo nos tocó cambiar para estar todos “juntos”.
Es importante añadir que no sabía que se tenía que barrer la zona, y con una mata de una de las palmas puse orden en el oficio.
Con dos vasos
para los cuatros cada uno lleno de bebida espirituosa, hierbabuena y chinoto,
nos adentramos en el agua. Clarita y de perfecta profundidad, arena y donde
podíamos ver a los pececitos, unos benditos que si te quedabas parado sin hacer
nada te empezaba a morder los pies (tengo todavía las marcas en el dedo
chiquito del pie).
Después de dos
jalones de los vasos cambiamos a mi bebida favorita, la que lamentablemente en
una oportunidad no pude disfrutar porque mi mejor amigo dejó que le entrara
agua salada al pote…
En fin,
continuando, casualmente había una lancha sola a unos cuantos metros de donde
estábamos y nos dimos cuenta que muchos
estaban nadando hasta allá para subirse y luego lanzarse, ¿saben quién
fue no?
Y es que esta
no era la primera vez que hacía esto, porque en un viaje anterior lo hice con
una de mis mejores amigas y fue fantástico.
Llegamos a la
lancha y aunque fue un lío para montarme, lo logré y enseguida con un clavado
volví al agua, para emprender camino hasta la orilla, porque era momento de un “break”.
Mientras
tomábamos ese respiro se mostró el tan bello atardecer que he mostrado en mi
cuenta de Instagram (@bethgarciab) y mientras posábamos para las fotos, la
plaga comenzó a consumirnos; por lo que, un señor mayor le puso el ojo a una de
mis compañeras y nos regaló de su repelente.
Sí teníamos
repelente, pero este de verdad, era mejor y solo abusamos un poquito de esa
confianza (ja ja ja).
En fin, ya
a eso de las 6 – 7 de la noche mi team decidió volver al agua, pero yo ya
empezaba a sentirme mal del estómago, así que decidí quedarme alrededor de la
fogata.
Y no fue sino
hasta un rato después que el hambre despertó, pero mi comida la tenía una de
las niñas que estaba en el agua, y ya me estaba mareando así que para
distraerme decidí desenredar mi cabello y bastante que duré, hasta que los
busqué y por fin, fuimos a cenar.
Dos rodajas de
pan y un atún solo para mí sin poder aprovecharlos, porque por más agua que
tomaba para pasar el malestar, que ya había llegado a la cabeza, no podía
digerir ningún sólido.
Fue entonces
cuando fui con mi mejor amigo a lo más lejos del lugar, en unas rocas en la
orilla de la playa a intentar vomitar, y no, tampoco funcionó.
Pero ya se me
estaba pasando un poco el malestar así que me cambie, me unté bastante talco en
el cuerpo (lo mejor de todo el viaje) y mientras veíamos las estrellas fuera de
la tienda dormí un rato y al despertar estaba mucho mejor.
Hablando,
fumando, tomando y jugando nos fuimos a dormir, pero ‘hey’ solo algunos, porque
a los hombres de mi equipo los agarraron para meterlos al mar en la noche, pero
solo uno se dejó.
Cada quien en
su carpa, a mí me tocó dormir con mi mejor amigo, y mientras él estaba en su
locura con los otros muchachos yo por fin caí, pero luego de dos sándwiches que
comí (sí, por fin me alimenté).
Ya en mi quinto
sueño siento que abren la carpa y evidentemente era él que en su locura ya se
iba a dormir, todo bien, hasta que lo sacaron de nuevo y al agua de nuevo, yo
obviamente cerré la carpa e intentaba dormir pero la música y los gritos qué
va.
Tanto fue, que
en un instante estaba por abrir la carpa, otra persona que se confundió, y que
al día siguiente me pidió disculpas; pero les confieso algo, tuve miedo de que
me hicieran algo, porque literalmente era una mujer sola en la carpa y bueno,
la bebida a veces pude más que con el cuerpo.
Otra vez ya en
mi sueño profundo sentí como alguien se cayó en la carpa y era mi amigo, desde
ese momento no dormí, no pude cerrar los ojos hasta que él no estuviese dentro, acostado y durmiendo, así que espere alrededor de 45 minutos y en pleno inicio de
la lluvia ya pude dormir de nuevo, bueno casi asfixiada, pero pude.
Había colocado
la alarma para despertar y ver el amanecer pero la lluvia no dejó una gran
vista, seguí durmiendo hasta que escuché las voces de mis otros “panas”
y tipo una ninja, salí de la carpa.
Me junté con
ellos, nos cepillamos los dientes, fuimos al baño y al agua, que no estaba sola
porque algunos amanecieron (mis respetos).
Después de un
rato, el hambre llamaba y otros panes fueron la solución, hasta que encontramos
un negocito donde las empanadas de raya eran la sensación (me provocan unas 20
en estos momentos).
Entre tanto nos
hicimos “pana” de otro campista que llevaba tres días en el sitio, un cubano
bastante agradable que nos recomendó irnos de Venezuela antes de los próximos
dos años (ja ja ja, en esto estamos).
Hora de irnos,
y mientras muchos ya habían zarpado, yo estaba con mi mejor amigo guardando la
carpa, que fue la eternidad porque lo hizo de un manera muy minuciosa y la
lancha ya nos había buscado.
Ya en la
lancha, que por poco lo deja por andar saludando, más fotos hasta el pueblo que
entre bolsos y roces de piel solo
queríamos quitarnos el agua salada y así fue, un baño súper bueno con agua fría
(excelente) y bastante talco, que no podía faltar.
Regresando para
tomar el bus, nos topamos con unos helados cremosos frutales divinos, eran tan
deliciosos que por un momento pensé en comprarme uno de cada uno pero ya tenía
decir adiós.
En el regreso,
sumamente rápido mientras la última botella estaba en descenso, y justo para
tomar la autopista Caracas – La Guaira, nuestra sorpresa, un accidente desde
las 11:30 de la mañana por una gandola.
Llegamos a las
15:00 hora local, y agarramos camino casi a las 19:00 horas.
En esta espera
baje a tomar aire y a caminar, pero la plaga nuevamente me consumió y antes de
poder echarme repelente ya tenía las piernas sumamente marcadas.
Además de esto,
las ganas de orinar, al final tanto buscar un lugar donde no nos vieran era
igual que todos.
Y si esto no es
suficiente, el hambre llamaba, por lo que los atunes que quedaba y las galletas
de soda fueron nuestra salvación, pero el agua se nos había acabado así que ese
era nuestro principal miedo, porque ya era muy tarde para conseguir un abasto
abierto y más un domingo.
Cabe acotar
que, durante este tiempo la desesperación a todos nos atacó, y en mi caso le
grité muchísimo a mi mejor amigo, porque ni siquiera lo podía tener cerca,
sentía que estar con las personas me asfixiaba.
Sin embargo,
luego de cartas de uno, caminatas, fotos y estrés, por fin arrancamos y
llegamos al destino.
¿Qué puedo concluir?
Que me falta
comer al aire libre, es decir “cocinar” en el lugar, que el regreso fue un
desastre y que ahora debo usar nuevamente gel de sábila para evitar marcas en
mi piel y que el talco es el mejor amigo de la piel, luego de la crema y el
agua.
No cambiaría
esta experiencia por nada del mundo, además, mi familia está en un momento
bastante delicado, por lo que necesitaba un respiro para regresar y estar con
ellos con más fuerza.







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